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De los mismos creadores de “bendecida”, “afortunada” y “empoderada”; la palabra “TÓXICA” ha entrado en la lista de las más mencionadas en redes sociales. Pero, ¿qué significa exactamente una persona o una relación tóxica? ¿Puede alguien ser químicamente bueno pero generar toxicidad?

Según el diccionario, “tóxico” es el nombre que se le da a una sustancia venenosa, y la “toxicidad” es su capacidad de producir efectos perjudiciales sobre un ser vivo al entrar en contacto con ella.

Cuando nos referimos a personas tóxicas, es porque esa sustancia que emanan viene en forma de interés, egoísmo, control, dominio, celos, posesión, etc.

(Básicamente, esta comparación no es algo nuevo, es la evolución de lo que en una telenovela mexicana llamaban víboras venenosas; e igual que en el reino de los animales, estas personas son las más engañosas pues a veces parecen la especie más hermosa).

Un error común es creer que las relaciones tóxicas solamente aplican para el amor, cuando lastimosamente hay amistades y -ojo- relaciones familiares, más tóxicas que una mismísima hiedra venenosa.

Mi teoría es, que esto se debe al nivel de cercanía que tenemos con esas personas; pues los seres humanos nos equivocamos cuando creemos que entre más nos conocemos, más derechos sobre los otros tenemos. Por eso, nadie experimenta una relación tóxica con alguien que apenas conoce (y por eso también es que a veces nos resultan tan atractivas las relaciones con extraños-cercanos como las que establecemos por redes sociales).

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Sin embargo, debo aceptar que me siento un poco falsa hablando de “esas personas” así como quien no quiere la cosa… cuando la verdad es que yo también he sido la tóxica de una historia; porque respondiendo a la pregunta del principio de si ¿puede alguien ser químicamente bueno pero generar toxicidad? La respuesta es que yo creo que hay personas originalmente tóxicas, pero también hay personas – o relaciones - que nos llevan a serlo.

Porque no es difícil caer en ello, porque hoy le llamamos así pero siempre han estado ahí… en la esencia natural del amor sin libertad, del amor que se cree dueño del otro, del amor que todo lo quiere controlar; y porque basta con cruzar la delgada línea que hay entre:

  • Tener y depender.

  • Luchar y forzar.

  • Querer ayudar y presionar.

  • O “tener un presentimiento” con “ser un empeliculado” para rayar con la toxicidad.

Pero no importa, estamos aprendiendo y estamos aquí para reconocer que, a veces pagamos por los platos rotos de otros, pero a veces sin querer, terminamos rompiendo los platos para que los paguen otros… ¡o a lo mejor hasta terminamos pagando los nuestros, no sabemos!

Pero madurar es aceptar que a veces la toxicidad viene de allá pero a veces sale de acá. Porque como decían las mamás, para pelear se necesitan dos, pero para que una relación sea tóxica, también. –Ah por cierto, se me olvidaba decirles que lo más peligroso de estas relaciones venenosas es que no necesariamente hay que pelear, un día explotan y ya… porque son como el azúcar, parecen buenas pero enferman… y es una lotería, te da o no te da la enfermedad-

Así que no se trata de juzgar al otro como “el tóxico” y ya, que como dice el diccionario “para generar toxicidad hay que entrar en contacto” y como dice la metáfora: ni toda el agua del océano puede tumbar un barco si no tiene cómo entrar en él; entonces lo importante es identificar si nos estamos hundiendo o estamos ayudando a flotar… porque así como hay relaciones tóxicas, hay relaciones sanadoras: esas que inspiran, elevan, celebran y que suman en lugar de restar.

Esas que llegan para que te atrevas, para que crezcas y sobre todo, para que creas. En ti y en el amor de los demás.

Atentamente,

Ana Listas.

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